EN EL
TEMPLO DE HATHOR
En Beliam
Las chicas, ultimaban los detalles en la habitación que
habían preparado para Hatshepsut, en
el Gran Templo dedicado a la Diosa Hathor.
Tenían claro que aquella mujer había sido toda una reina y que estaba
acostumbrada a todo lujo de detalles. Sabían que ahora iba a ser una más entre
todas ellas, pero aún así sintieron el impulso de tratarla como lo que fuera,
ni que fuese solamente por unos instantes.
Un grupo de felinos, dormía plácidamente metidos todos
en el hueco de una horadada piedra que había en el patio principal, justo ante
la puerta de la habitación que habían destinado a la nueva. Todo estaba
preparado para recibirla, estaban deseando acoger en aquel hogar femenino a la
Dama Maatkaré, como así iban a
llamarla, por expreso deseo de ella, pues según parecía quería sentirse
plenamente encarnada en esa nueva vida que había elegido para continuar el
resto de sus días, por lo que el nombre de Hatshepsut,
quedaría en la memoria como una fase del camino, pero no como su identidad,
pues esta, estaba aún por descubrir.
Se escucharon voces en la entrada, alguien ponía de
beber a las yeguas que habían viajado con las recién llegadas, pues Maatkaré acudía con alguien.
La joven Helaia,
también recién llegada, había reconocido la voz de la anciana Amentur, no pudo evitar sonreír por
ello, pues a pesar de que solamente se habían visto un momento, en ocasión de
la Gran Celebración de la Danza, el
amor que la joven Sacerdotisa había sentido por la anciana, era inexplicable.
Helaia vió como Amentur y
Maatkaré eran acompañadas a sus
respectivas habitaciones por la Dama Arsinoe,
quien en aquellos momentos portaba el título conocido como Hanarit que significa “la que toma la iniciativa de los actos del
Templo”, un antiguo atributo que va rodando entre cada una de las Damas del
Templo, conforme una misma siente que ha aprendido a tomar las riendas que
benefician a todo el grupo, de ese modo, no existe una única líder, sino un
aprendizaje de trabajo en grupo, donde la Hanarit
se conocerá a ella misma en esa tesitura.
Arsinoe, estaba siendo una perfecta Hanarit, pues para el poco tiempo que hacía que ostentaba el
atributo, había tomado grandes iniciativas y había conseguido involucrar a la
mayoría de las Sacerdotisas. Cuando Arsinoe
lo considerase oportuno, sería ella misma quién ofrecería el atributo a una de
sus hermanas, y lo haría en base a su intuición para detectar si la capacidad
de liderar, estaba suficientemente madura en el Espíritu de alguna de ellas.
Si una Hanarit
entregaba el atributo a una Sacerdotisa inmadura de Espíritu iniciador, tenía
que tomar el compromiso de compartir con ella el atributo, pero solamente como
“la que se responsabiliza de Hanarit”,
para ello se convierte en una Benarit,
y como tal tiene que velar por el éxito de la madurez de Espíritu de su Hanarit. Ser una Benarit no comporta ser mejor o peor que una Hanarit, simplemente representa haber colaborado y aprendido algo
que una Hanarit, gracias a su buena
intuición no tiene necesidad de aprender.
Maatkaré, Amentur y Arsinoe,
cruzaron el patio central en el que un enorme obelisco de piedra de
lapislázuli, se erguía imperturbable apuntando al cielo, en cuyas paredes se
podían leer los siguientes textos:
Te envolví con mi
halo de madre, de esa madre que nutre, sin esperar que el alimento aporte más
que sentimientos.
Te acaricié, besé tu
piel de puro bebé, sonreíste, mamaste, te nutriste, sonreí, sonreímos.
Rocé tu halo con mi
mano y sentí el agrado por todo lo compartido. Gracias niño, gracias por darme
tanto, pues yo soy una Hathor que sabe como tejer preciosos mantos.
Maatkaré se había detenido a leer el texto, Helaia, en la distancia pudo distinguir la emoción de la recién
llegada. Intuyó que aquella mujer, estaba dolida de alma, seguramente por sus
bebés, como si su maternidad hubiera no sido lo suficientemente rica como para
saber que a sus hijos los había nutrido con el amor que una madre puede llegar
a dar.
A Helaia le
dolió el corazón y entonces supo que ese era el mismo dolor de Maatkaré. Sintió compasión y a un tiempo
sintió un gran amor por la oportunidad que tenía aquella Dama de convertirse en
una Sacerdotisa de Hathor, pues allí
estaba, dispuesta a aprender algo que su legado por nacimiento le había
usurpado.
Mientras Maatkaré se
instalaba, Amentur habló con Arsinoe sobre el tiempo que duraría su
estancia en el Templo. Por el momento tenía intención de quedarse hasta la
primera luna nueva, ya que ese día deseaba estar acompañando a Maatkaré, y a las cuatro invitadas, las
mujeres que habían colaborado en la conspiración que había sacado a Hatshepsut de Palacio definitivamente,
pues todas ellas, por primera vez estarían presentes en aquella celebración.
-
Algún día tienes que
hablarme de Maddy, de la mujer que
fue enterrada con los honores de Faraón y que Hathor eligió para sustituirme – le había pedido Maatkaré a Amentur durante los días y noches que estuvieron juntas, ella
oculta en casa de la Señora de la Muerte,
hasta que la población se olvidara de su nombre y pudiera sentirse libre en su
nueva identidad.
Ahora ya no vestía con gasas y tules de seda, ni con
finos linos de color, tampoco lucía bellas pelucas ni adornos, ni coronaba
joyas, ni calzaba sandalias artesanas de pieles curadas por antiguos zapateros
de profesión. Ahora su piel oscura y olivada, aún se había oscurecido más, pues
no iba protegida de ungüentos, ni era tan suave y perlada como acostumbraba.
Sus pies portaban sandalias confeccionadas con tripa secada al sol, de las que
se venden en los mercados y que ella siquiera sabía que existían. En esos
mismos mercados había adquirido unos paños tejidos de algodón, que se anudaban
cubriendo a duras penas sus pechos y dejando al descubierto sus hombros y
cuello, pues no tenía pectoral con el que tapar esa zona en la que acostumbraba
a lucir su mejor joya.
Estaba atardeciendo cuando sonó una música procedente de
diversos instrumentos que de forma espontanea, varias Sacerdotisas comenzaron a
tocar. Un laud, una lira, un arpa y un sistro, llenaron de bellas notas todas
las estancias del Templo. Mientras los instrumentos sonaban, algunas jóvenes se
dispusieron a bailar, podía verse como entre ellas se sintonizaban sin
necesidad de hablar, cada una a su modo, cada una desde su forma de hacer arte,
se empacaba con el resto, donde poco a poco se añadían las que cantaban con
voces que parecían no ser de este mundo. No había una letra que las dirigiera,
ni nada que no fuera creado desde la espontaneidad, las cantoras permitían que
emergiera la voz de sus gargantas sin necesidad de articular una sola palabra.
Helaia era pura voz perlada, la joven Salim pura elegancia contoneando su cuerpo, Bannar dejaba que la magia de su arpa se expresara sin conocer cuál
iba a ser la siguiente nota, mientras Liriah
entonaba suaves notas que parecían acompañar fragancias y odas de otras
dimensiones, nadie sabía como lo hacía, pero así era, su voz te conducía hasta
lo más insondable que existía.
Maatkaré salió a compartir con todas aquel instante tan puro y
entrañable, nunca antes había podido ver a tantas mujeres creando unidas arte.
Las observó a todas, se emocionó, miró hacia el cielo que ya se había
oscurecido, de repente se sorprendió, el lucero más brillante parpadeó
exultante. Sonrió. Supo claramente que Sennemut
la estaba buscando…
2
EL ENCLAVE
DEL TEMPLO
En Beliam
Alcanzar el Templo
de Hathor no era tarea fácil, sobre todo porque su emplazamiento no estaba
a pie de ningún camino, ni su acceso era sencillo. El Templo había sido
construido desde tiempos tan remotos, que nadie nunca lo había datado y sus
inicios se habían perdido en el tiempo, eso era a nivel oficial, pero estaba
claro que extraoficialmente si había una información de origen verbal, que
rodaba entre generaciones de mujeres. Había quién decía que siempre existía una
anciana Sacerdotisa que conocía algo que las demás no sabían y que antes de
morir se lo entregaba a alguna de sus compañeras. Pero solamente era un rumor,
la realidad no la conocían.
En las reuniones distendidas que se realizaban varias
veces por semana, era normal hablar de temas del pasado, sobre todo de las
Sacerdotisas que habían pasado por aquel lugar y habían dejado huella. Ronda, que era de las que más tiempo
llevaba instalada en Beliam, siempre
escuchaba nombrar a una Señora a quién todos guardaban un respeto y admiración
especial, se trataba de Heneas. Había
sido tan especial su nombre y su calidad sacerdotal que había llegado a llevar
el atributo de la diosa, pasándose a llamar Heneas-Hathor.
La anciana Amentur conocía muy bien a
la “Señora que Guarda el Camino” pues
ese era su título, por lo que Ronda,
tenía previsto que llegada la hora de la tertulia, Amentur les hablara a todas de Heneas
a quién siempre se la asociaba con el baúl donde se esconde el mapa del camino.
Había quién decía también que el Templo de Hathor había sido una construcción de manos de las
propias mujeres que lo habitaron inicialmente y que habían sido un gran grupo
de ellas, que se habían visto obligadas a crear un hogar común, tras que una
enfermedad mortal, se llevara a todos los hombres, quedándose ellas solas con
sus hijos. Los hijos de estas mujeres habían nacido en el interior del Templo y
por ello eran los únicos que conocían la verdad de su interior. Había quién
decía que esos niños varones, fueron quienes se convirtieron en los Grandes Intendentes de las Sacerdotisas,
los que velaban y custodiaban su sabiduría, pues ellos la conocían muy bien.
De hecho se decía que a pocos pasos del Templo de Hathor, se encontraba el
Templo que los hombres construyeron para ellos y para descubrir su clero. Pero
hasta el momento nadie hablaba abiertamente de ello, era como si fuera un
misterio, la existencia de un Templo masculino paralelo.
La zona superior en la que se encontraba el Santuario
dedicado a la diosa, se abría sobre una gran roca que daba a un acantilado, que
a su vez daba al Mar Atkhio, un mar
de gran profundidad, que guardaba bajo su oleaje grandes viajes, algunos de
ellos sin acabar.
El Atkhio
habitualmente era un mar calmo en el que se podía navegar sin problemas, pero
en cuanto se levantaba un poco de viento, las corrientes provocaban que se
generaran grandes olas que rompían contra las rocas, con tanta fuerza que el
agua alcanzaba la zona del Santuario e incluso golpeaba a la misma imagen de Hathor. Había quién temía que un día la
rabia del mar, tumbara a la diosa, aunque eso era poco probable, pues la piedra
de granito labrada, era tan grande y pesada, que se hubiera necesitado un
maremoto para tirarla. Quien lo había construido se había asegurado de que eso
no sucediera.
Una espaciosa y amplia terraza, se abría en esa zona,
creando un mirador natural al mar. Si se cruzaba la terraza se encontraban unas
escaleras que descendían hasta una diminuta playa. Eran muchas las Sacerdotisas
que utilizaban aquel sendero para ir al mar y hacer sus rituales nocturnos, por
lo que alguien algún día había colocado agarraderos.
Desde el mar la visión del Templo era espectacular, se
podían distinguir la amplia sala llena de columnas que se adentraba como una
segunda planta, por debajo del Santuario, aprovechando que en esa zona, el
acantilado había horadado la roca hasta abrir una puerta a una especie de
gruta, en la antesala de la gruta, se habían levantado veintidós columnas, en
cada una de ellas se habían grabado otros tantos textos. De hecho, uno de los rituales
de las Hathors era realizar un
recorrido extraño caminando entre columnas y acabando con la lectura de la
columna que guardaba el misterio que respondía a la pregunta que la Sacerdotisa
había hecho.
Las paredes de todo el Templo estaban ricamente
decoradas con murales en los que se podía apreciar el tiempo, pues aunque
habían algunos muy actuales, también los había muy ancestrales y podían
distinguirse fácilmente, por lo añejo y pobre de los colores. Pese a ello, el
deterioro no impedía que se pudiera disfrutar de las imágenes que se habían
quedado plasmadas en el lugar. Si te adentrabas en una pequeña sala en cuyo
centro se elevaba una roca tallada y pulida en forma de mesa gigante, podías
distinguir como aquellas paredes, muy probablemente habían sido decoradas por
niños y niñas, de ahí que a la sala la denominasen “la Casa de Juegos”. Actualmente este espacio era utilizado por las
hermanas para conectarse con su niña interior, cuando esta se hacía presente y
necesitaba atención.
En otra zona anexa a esta se podían identificar las
cocinas, en cuyo centro había un antiguo horno de leña que seguía siendo el
centro de atención de la sala y donde todos los días se horneaba pan y galletas
de cereales. En las paredes frontales se encontraban los estantes con los
diferentes utensilios, sobre todo enormes tinajas de barro, en las que se
conservaban alimentos, algunas eran bajas y de boca ancha y otras muy largas y
de boca estrecha. En una parte de la cocina podía descubrirse el espacio de la
bodega, el lugar en el que se hacía vino y cerveza de forma artesanal y que
solamente algunas Sacerdotisas aprendían, era un oficio que requería de una
gran dosis de templanza y ritual y eso solamente era propio y del gusto de
algunas mujeres.
Por la cocina se accedía a “la Sala de Recreo”, que en realidad era el lugar para comer y
hacer la tertulia, sus paredes estaban abiertas a media altura, creando un
perímetro de arcos por cuyos huecos podían verse los alrededores que daban al Atkhio. La tierra de Beliam pese a encontrarse entre el mar y
el río en el que un gran desierto los distanciaba, era sumamente rica para
cultivar alimentos, de tal modo que desde antaño, aquellas mujeres habían
conservado la misma zona de huertos en la que las primeras habitantes del
Templo, decidieron cultivar todo lo que en aquellas cocinas se iba a guisar. El
huerto estaba perfectamente cuidado por un grupo de sabias agricultoras que
veneraban y estudiaban todos los días los vegetales. Las mujeres del huerto,
eran sabias en conocer las influencias de la Luna en la plantación, de este
modo aplicaban sus conocimientos para recoger los mejores frutos, gracias a
aprovechar la fuerza lunar.
La terraza principal de la entrada del Templo, en la que
un enorme obelisco de lapislázuli era el gran protagonista, estaba perfectamente
decorada con flores, árboles y plantas, que además ofrecían sombraje para
quienes decidían relajarse y leer o estudiar.
Tras los parterres de flores, podía accederse a las
habitaciones de las Sacerdotisas, salas amplias y sencillas que eran compartidas
por seis personas, aunque había salas que eran de diez y unas pocas que eran de
cuatro, en ningún caso habían salas individuales, pues en el Templo, no existía
jerarquía, y nadie tenía privilegios como los pudiera haber en Palacio.
A través de uno de los pasillos que comunicaban todas
las habitaciones, se podía acceder a la “Sala
de Llegada”, este espacio era muy especial para las Hathors, debido a que allí se recibía a sus hijos o hijas, era una
sala de partos muy especial, una sala que se comunicaba con otros planos y
donde existía una sabiduría ancestral que era practicada por todas aquellas
mujeres que habían entendido cual era su función como madres y su papel al
traer un hijo al mundo, pues como la sabia Nahvilén
decía:
-
No solamente traemos un cuerpo,
sino que atraemos un alma y eso es lo más sagrado que la vida nos ha dado. Tenemos
que estar a la altura – explicaba -.
Como un edificio anexo a la zona central, se había
recuperado desde hacía muy poco tiempo un espacio muy especial para todas ellas,
se trataba de “La Biblioteca” un
lugar en el que las escribanas, escribían en amplios y extensos rollos de
papiro, toda la sabiduría, almacenándola en circulares tubos por temas y grupos
muy bien identificados. De hecho siempre una de las bibliotecarias era quién
velaba por el orden y la seguridad de aquellos escritos. La Sacerdotisa “Guardiana de la Biblioteca”, era dotada
del atributo de Seshat, un precioso
emblema símbolo de su saber y belleza en el trazo del cálamo que portaba. La
flor estrellada de siete pétalos únicamente podía ser portada por la Guardiana
dotada de ese nombre, quien disponía de hermanas que se encargaban de cuidar
junto a ella de los papiros. En la Biblioteca del Templo de Hathor, se podían leer escritos sin fecha, realizados
incluso sobre piedra y muchos otros que estando en un idioma caduco, solamente
podían prevalecer si el idioma iba quedando en uso, aunque fuera entre unas
pocas mujeres.
Al salir de la biblioteca, un camino de piedras, te
conducía hasta una extensión cubierta por un enredado de ramas de árboles y
plantas enredaderas que habían creado un verdoso techo, bajo el que las
artesanas realizaban sus trabajos. Se trataba de una zona de pura expresión
creativa, pues había quién moldeaba barro y suministraba utensilios y enseres
para la casa, o bien había quién tejía, o quién dibujaba con su cálamo…
En definitiva el Templo
de Hathor situado en el Distrito de
Beliam, a expensas del Mar Atkhio
había sido el lugar elegido por unas antiguas mujeres que parece ser que
tuvieron que crear un lugar en el que vivir y sacar adelante a sus hijos. Hijos
huérfanos de padre.
Al otear el horizonte, aún se podían sentir los gritos desgarrados
de quienes no lograron huir. Muy pocas Sacerdotisas conocían la verdad sobre la
creación del Templo, pues aunque el rumor decía que una enfermedad mortal había
matado a todos los hombres, la realidad había sido otra muy distinta. Sólo la
actual Seshat, conocía donde se
guardaba el rollo que explicaba la historia de la construcción del Templo de Hathor. Quizás en algún
momento, alguien se decidiera a hacer lectura de ello.
3
LAS
NOVICIAS
En Beliam
El sol a duras penas se filtraba por el gran ventanal de
la habitación en la que habían dormido la primera noche las otras recién
llegadas desde la ciudad de Uaset. Isset,
Tajut y Naret compartían espacio
con Hermisa, Hevier y Helaia, tres hermanas que como ellas,
también mantenían una conexión muy especial. La vida también las había unido y
el respectivo camino se había cruzado en aquel Templo que bien parecía ser un
lugar de múltiples encuentros.
Para conocimiento de las chicas de Uaset, la particularidad que sus compañeras compartían quedaba
registrada en el inicio de sus nombres, pues los tres comenzaban por “he”, sílaba que también tenía Heneas y que significaba “camino entre espacios de tiempo”. Era
muy habitual que en Beliam y en
concreto en el Templo de Hathor se
utilizara la sabiduría y la riqueza de las palabras para dar nombre y empuje a
las almas de los hijos, por ello la sílaba “he”
era propia de todas aquellas mujeres que mantenían una poderosa conexión con
los caminos que transitan las almas, pues ellas saben cómo guardar esos
senderos y como dotarlos de belleza.
De esta explicación fue como tanto Isset, como Tajut y como Naret, advirtieron que ellas tenían en
común la letra “t” en la terminación
de sus nombres. Lo habían tomado como una casualidad, pero cuando sus
compañeras de habitación les hicieron saber que eso no era posible, sino que esa
fuerza era lo que las mantenían unidas compartiendo un camino común, la joven Tajut, preguntó intrigada, qué significado
tenía la partícula que compartían.
-
No es lo mismo compartir
una partícula al principio del nombre, como al final – aclaró Hevier dirigiéndose a Tajut, con quién sintió una poderosa
afinidad – cuando está al principio, representa que la unión nace de un origen
de alma, cuya esencia es idéntica, en cambio cuando la partícula común se
encuentra al final de los nombres, nos está indicando un idéntico propósito,
muy probablemente vosotras os unisteis para lograr el mismo objetivo, algo
sucedió que provocó que se activara el compromiso de vuestras almas. Por eso
ahora estáis aquí las tres, seguramente buscando lo mismo – concretó Hevier
mirándolas a todas con un halo de complicidad -.
-
Buscamos a mi hermano, Ughay desapareció de forma extraña. Yo
fui a Uaset en busca de mi hermana –
dijo, señalando a Isset – y allí en
su casa, encontré a Naret. La
desaparición de Ughay provocó que hoy
estemos aquí, en cambio no sabemos nada de él. Cada intento por acercarnos a su
paradero, nos conduce a un lugar y una opción desconocida – concluyó,
visiblemente afectada -.
-
Si, Tajut tiene razón, no hemos conseguido ahondar en la búsqueda de
nuestro hermano, en cambio nos hemos visto envueltas en situaciones que no
sabemos cómo calificar – aclaró Isset
a sus compañeras de cuarto -.
-
Parce como si la diosa Hathor, desde que estuvimos en la Casa de Nedyem y habláramos con ella en
sus jardines, nos hubiera querido traer hasta aquí – comentó Naret queriendo dar un motivo a su
estancia en el Templo de la diosa -.
-
Es maravilloso lo que
explicáis, seguramente este es el camino que tenéis que recorrer para llegar
hasta Ughay, está claro que su
pérdida fue lo que activó el vínculo y el propósito de vuestras almas, seguro
que más adelante entenderéis el motivo – explicó Helaia, transmitiéndoles a las tres calma y tesón -.
-
Pero… aún no sabemos qué
significa la partícula “t” – insistió
Tajut esperando esta vez una
respuesta -.
-
Sí, creo que lo sé – se
adelantó Hermisa esta vez – creo que
se trata de una fuerza muy clara que se reafirma al nombrarla, significa “el tesoro de las almas”, según se
explica en el papiro decimosegundo del grupo de los Textos de las Ancianas Arcanas, “t”
constituye el reconocido mérito del alma que camina en post de su abundancia,
pues en su andadura siente haber perdido la conexión con su propósito, así la
fuerza de la “t” lo ancla en la
búsqueda de aquello que en realidad habita en él, pero que no recuerda.
Las tres mujeres quedaron pensativas y conectadas con
aquella aclaración, era bien cierto que las tres eran unas buscadoras
incansables, pues mientras Naret
había huido de su tiempo para refugiarse en los tiempos de Kemet e intentar encontrar lo que creía no tener en su época, Isset se buscaba a sí misma, probándose
ante la vida, descubriéndose y enfrentándose a lo que ésta le traía, mientras
su hermana Tajut se había empecinado
en que su hermano menor había sido secuestrado y tenían que dar con su
paradero. Ughay, en definitiva se
había convertido en esa chispa que les despertó el sentimiento de unidad y la
necesidad de dirigirse a un objetivo común. Para todas ellas, encontrar aquello
que las hiciera sentirse ricas y comunicadas con la verdad de su Espíritu, era
lo único que les daría paz y estabilidad a sus almas, eso sí cada una lo haría
a su modo. Ughay sólo era un recurso
que la vida había puesto para que se conocieran mejor.
Aquel primer día en el Templo había hecho un grato
descubrimiento, Naret sintió correr
lágrimas de felicidad por su rostro, no podía creer que aquella aventura a
través del tiempo, la había conducido hasta aquel exquisito lugar que ampliaba
los dones de su gran alma, de forma que podía abarcar la historia de aquellas
increíbles Damas, las únicas que vestían su cabeza con cuernos de vaca,
sujetando con fuerza el disco solar.
Soñó con ser una de ellas…
Joanna Escuder
Extracto del libro LA TIENDA ROJA Y EL MISTERIO DE ORIÓN